lunes, 25 de mayo de 2015

La carga de la culpa

La carga de la culpa.....


En la base de la cruz hay bolsas. Incontables bolsas llenas de innumerables pecados. El Calvario es un cúmulo de abono por la culpa. ¿Le gustaría dejar allí su bolsa?


Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Salmo 23.3 



Un amigo organizó un intercambio de galletitas en Navidad para el personal de la oficina de nuestra iglesia. El plan era sencillo. El valor de la entrada era una bandeja con galletitas hechas en casa. Su bandeja le daba a usted el derecho de sacar galletas de la bandeja de los demás. Podía salir con la misma cantidad de galletas que llevó. 
Suena simple si uno sabe cómo cocinar. Pero ¿qué si no puede? ¿Qué si no puede distinguir un sartén de una olla? ¿Qué si, como yo, siente que es un desastre? ¿Qué si se siente tan cómodo con un delantal como un profesor de gimnasia? 
Si ese es el caso, tiene un problema. 
Tal era mi caso, y yo tenía un problema. No tenía galletas para llevar; en consecuencia no podría participar en el intercambio. Me dejarían afuera, despedido, desechado, eludido y apartado. (¿No siente lástima por mí?
Ese era mi aprieto.







Y, perdóneme que lo mencione ahora, pero su aprieto es mucho mayor. 
Dios está preparando una fiesta … una fiesta como no habrá otra. No una reunión de intercambio de galletas, sino una fiesta. Nada de risitas necias ni chácharas en la sala de conferencias, sino ojos de asombro y admiración en la sala del trono de Dios. 

Sí, la lista de invitados es impresionante. ¿Duda que Jonás se haya examinado interiormente en el interior de un pez? Podrá preguntarle personalmente. Pero más impresionante que los nombres de invitados es la naturaleza de los invitados. Sin egos, nada de luchas por el poder. A la entrada quedarán la culpa, la vergüenza y el pesar. La enfermedad, la muerte y la depresión serán la Plaga Negra de un pasado distante. Lo que ahora vemos a diario, nunca se verá allá. 
Lo que ahora vemos vagamente, lo veremos claramente. Veremos a Dios. No por la fe. No a través de los ojos de Moisés, Abraham o David.



No por medio de las Escrituras, de las puestas de sol ni del arco iris. No veremos la obra de Dios ni sus palabras, ¡le veremos a Él! Porque Él no es el anfitrión de la fiesta; ¡Él es la fiesta! Su bondad es el banquete. Su voz es la música. Su radiante resplandor es la luz, y su amor es el interminable tema de conversación. 

Hay sólo una complicación. 
El precio de admisión es elevado.
 Para entrar en la fiesta uno tiene que ser justo. 
No bueno o decente. 
No uno que paga sus impuestos y va a la iglesia.

Los ciudadanos del cielo deben ser justos. J-U-S-T-O-S. 
Todos hacemos de vez en cuando lo justo. 
Unos pocos hacen predominantemente lo justo. Pero, 
¿hay alguien entre nosotros que haga siempre lo justo? Según Pablo, 


   «No hay justo, ni aun uno» (Romanos 3.10 ). 
Pablo es inflexible en esto. Incluso llega a decir: «No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» ( Romanos 3.12 ). 


Quizás alguien tenga otra opinión. «No soy perfecto,
 pero soy mejor que muchos.
 He vivido la vida como se debe. 
No quebranto las leyes. 
Tampoco quebranto corazones. 

Ayudo a la gente. Me gusta la gente.
 Comparado con otras personas, yo diría que soy justo».



¿Llevar una carga de culpa? Muchos lo hacen; demasiados lo hacen. 
¿Y si su carga espiritual fuese visible? Suponga que la carga de nuestros corazones fuese un equipaje de verdad en la calle. ¿Qué se vería más que nada? Maletas llenas de culpa. Bolsas abarrotadas de parrandas, estallidos de ira y componendas.


 ¿Recuerda mi dilema de las galletas? Este es el correo electrónico que envié a todo el personal. «No sé cocinar, de modo que no estaré en la fiesta». 
¿Se apiadó de mí alguno de los asistentes? No. 
¿Se compadeció de mí alguno del personal? No. 

¿Se compadeció de mí alguno del personal? No. 
¿Tuvo misericordia de mí alguno de la Corte Suprema de Justicia? No. 
Pero una santa hermana de la iglesia tuvo misericordia de mí. No sé como se enteró de mi problema. Quizás haya aparecido en alguna lista de oración de emergencia. Pero, sí sé esto. Sólo unos minutos antes de la celebración, me entregaron un regalo: una bandeja de galletas, doce círculos de bondad. En virtud de ese regalo tuve el privilegio de entrar en la fiesta. 
¿Fui? Apueste sus galletas a que sí. Como un príncipe que lleva una corona sobre una almohada, llevé mi regalo hasta el salón, lo puse en la mesa y me mantuve erguido. Debido a un alma compasiva que oyó mis ruegos, tuve un lugar a la mesa. 
Debido a que Dios escucha su ruego, usted tendrá lo mismo. Sólo que Él hizo más, muchísimo más, que cocinar galletas para usted.




Fue al mismo tiempo el momento más hermoso y más terrible de la historia. 
Jesús estuvo en el tribunal del cielo. Extendió una mano sobre toda la creación, y rogó: «Castígame a mí por sus errores.
 ¿Ves ese homicida? Dame su castigo. ¿La adúltera? Yo llevaré su vergüenza. ¿El estafador, el mentiroso, el ladrón? Hazme a mí lo que ellos merecen. Trátame como tratarías a un pecador». 


Y Dios lo hizo. «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» ( 1 Pedro 3.18 ).
Sí, la justicia es lo que Dios es, y sí la justicia no es lo que nosotros somos, y justicia es lo que Dios exige. Pero Dios «ha manifestado la justicia» ( Romanos 3.21 ) para hacer que la gente esté en buena relación con Él. 




David lo expresa así:«Me guiará por sendas de justicia» 
( Salmo 23.3 ). 
La senda de justicia es una huella estrecha que sube serpenteando hacia una empinada montaña. En la cumbre hay una cruz. 
En la base de la cruz hay bolsas. 
Incontables bolsas llenas de innumerables pecados.
El Calvario es un cúmulo de abono por la culpa.

¿Le gustaría dejar allí su bolsa? 







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